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lunes, 27 de febrero de 2012

El significa de la Armada Invencible



Pensar en la Armada Invencible invita a imaginar una inmensa flota jamás derrotada, invulnerable y formidable. Férrea y terrorífica, con sus cañones y su fortaleza ingente. Un brazo armado que recorre los mares y apresa a sus débiles enemigos. Una flota irreductible. Pensar en la Armada Invencible invita a pensar asimismo en una presumiblemente fácil batalla en mitad del Atlántico que fue causa de derrota de los españoles a manos de los audaces ingleses.

Bueno... nada más lejos que la realidad. O dicho de otro modo: todo mentira.

La Armada Invencible se llamó original y oficialmente Grande y Felicísima Armada, título adjudicado por el rey Felipe II. En el marco de la guerra contra Flandes, en donde los intereses españoles se centraban en apaciguar los levantamientos populares de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos, los corsarios ingleses bajo las órdenes de Isabel I apoyaban a los rebeldes flamencos en detrimento de los intereses del Imperio Español. Esto, junto a otros factores relacionados con las enemistades entre fes cristianas, convirtieron a Inglaterra en enemigo de España, en un escollo. Como solución, el rey Felipe II se dispuso a invadir Inglaterra con objeto de derrocar a la reina. El único problema era que el ejército español estaba concentrado en Flandes, lejos de las tierras británicas, y para trasportarlos a la isla se hacía indispensable una flota bien defendida. Es aquí donde comienza la historia de la Grande y Felicísima Armada, y también su mentira.

La flota española ascendía hasta los ciento treinta barcos, entre los que se contaba una veintena de galeones, perlas de cualquier armada marina. El escuadrón inglés, resguardado en sus costas, contaba con poco más de ciento sesenta navíos. Un número algo mayor que el del ejército atacante. La cuantía de cañones ascendía a los dos millares por ambos bandos -un tanto más en el ejército español-. Parece ser que la mayor diferencia en cuento a poder bélico entre ambas fuerzas estribaba en la infantería, puesto que España contaba con una de las unidades militares más poderosas de la época: los temibles tercios. Por tanto, cabe resumir, que el dominio naval era muy similar en ambos contendientes.

¿Entonces, fue o no un fracaso la campaña española sobre Inglaterra? Sí, fue un fracaso, pero no una derrota. La flota de Felipe II consiguió llegar al Canal de la Mancha después de haber sufrido varias tempestades. Allí, fue atacada y dividida por la armada inglesa, que consiguió sabotear el objetivo hispánico. Así, incapaces de trasladar al ejército de tierra, la flota íbera tuvo que regresar bordeando Gran Bretaña e Irlanda. En el trascurso del viaje, algunas veces debido a naufragios y enfermedades y otras al hostigamiento inglés, la armada fue diezmada. Finalmente, algo más de sesenta navíos alcanzaron las costas cantábricas -otras fuentes aumentan a más de ocho decenas-, donde se guarecieron a salvo.

Después de esto, la propaganda de la victoria comenzó a ensalzar los valores ingleses, buscando un claro afianzamiento patriótico de Inglaterra y un engrandecimiento de su dominio. De esta forma, se comenzó a divulgar el apelativo de Armada Invencible para definir al ejército enemigo -vencido en singular batalla naval, supuestamente- y la leyenda negra se propagó como dinamita. Isabel I logró consolidar el sentimiento nacional de Inglaterra, y procedió a un ataque de castigo sobre la península ibérica. Su campaña militar, se frustró igualmente.

En conclusión, no hubo una armada invencible ni un Goliat ni un David como se nos ha hecho creer después de tantos siglos. Hubo sencillamente, unas fuerzas bélicas encontradas: el atacante, el mayor imperio de la época; y el defensor, una emergente potencia que tenía bajo su yugo a los pueblos británicos.

Y el invasor, fue derrotado.

Lo que si hubo fue una manipulación propagandística, una insinceridad histórica y una tergiversación ingrata. Lo cual, me confunde, me enfurece y me perturba.

Las civilizaciones y los historiógrafos deben promover por encima de todo la veracidad histórica, como argumento final contra la falsedad patriótica, fanática, extremista o radical de cualquier nación. Porque, si algo debemos aprender después de tantas guerras y muertes, es que no existe ninguna raza superior ni ninguna religión dominante, sino un bonito mural de diferentes filosofías y culturas, cada una con sus errores y con sus aciertos, y todas con el merecimiento de ser recordadas tal como fueron y no como quisimos que fueran.

La historia, ante todo, debe ser, siempre, un espejo de la realidad, sin tapujos


Iraultza Askerria



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